LA CEBOLLA


Mis manos huelen a cebolla,
yo celebro su cuerpo crujiente,
íntimo, sensible y complaciente.
Buena madre, mejor hija,
protegiendo lo invisible
con su pudoroso tacto,
curvo, lúbrico y palpable,
adherido a la nación tersa y tensa
que cubre espasmos en su piel querida.
Entregada a su destino,
estallando en mi sonrisa,
retozando por sus tajos,
desnudándola.
Prenda a prenda,
apoderándome de su inocencia perdida.
Gozo sus extremos dorados
bañados por el oro hirviendo,
exaltados, palpitando
el último hálito de vida
entre mis brazos.
Mis manos huelen a cebolla,
asesino confeso sin salida.
Su alma traspasará mi ser,
brincará al vacío de mi recuerdo,
de mi voz y mi piel.
Y no niego el por qué…
Fue su textura mágica,
su color majestuoso,
su geometría,
como todo lo bello,
algo bueno que te haga izar
amor renovado cada día.

No hay comentarios: